El segundo trimestre está por terminar y debemos hacer una reflexión de todo lo que hemos hecho durante este periodo, han sido unos meses de trabajo constante porque hemos empezado la obra, la base de todo el proyecto final. Escribir una obra de teatro no es fácil, pero nosotros hemos seguido los pasos necesarios. Los primeros días escuchamos todo lo que David Arnaiz había ido apuntando en su libreta, cómo había unido los puntos del trimestre pasado para hacerse una idea de lo que pasaba por nuestras cabezas. Nos hizo atar cabos a nosotros también, y al final de una de las clases más intensas que tuvimos pudimos admirar un mapa conceptual que sería el principio de todo nuestro trabajo. La adolescencia en todo su esplendor, de eso iba a tratar nuestra creación, de lo muy roto que puede estar alguien por dentro y de lo mucho que cuesta arreglarlo. Y de esa clase surgió nuestra palabra clave: la máscara, un antifaz con el que te ocultas, tu escudo antibalas.
La siguiente clase también fue muy complicada, pero no porque tuviésemos que pensar mucho, sino porque teníamos que exponernos a nosotros mismos. Tuvimos que sacarnos la máscara para escribir, al fin y al cabo no podíamos escribir una obra sin dejar ver un trocito de nosotros, aunque sólo fuera un poco. De ahí salieron 5 episodios, que rápidamente se transformaron en nuestro inicio más sólido, eran como el primer indicio que tuvimos de que de verdad íbamos a escribir una obra, pero todavía estábamos muy lejos. Empezaron las discusiones, o más bien desacuerdos, había muchos huecos y las historias se aguantaban con pinzas, pero Víctor Muñoz, de la Sala Beckett, se encargó de hacernos cuestionar todo. Dudamos bastante de nuestras ideas, una parte completamente necesaria que nos costó superar. Después de varias sesiones empezamos a confiar en la experiencia de David Arnaiz, así que nos pasamos muchas clases respondiendo preguntas y formando a los personajes; llegaron a tener nombre, familia, vida… Eran como nosotros. Teníamos personajes y sus historias, pero eso no era suficiente, ¿qué íbamos a mostrar al público? Había que escribir escenas, parte que se hizo leve, trabajamos mucho en equipo y el profesor nos facilitó las cosas. Todo ha sido un proceso colectivo, no sé qué hubiésemos hecho los unos sin los otros, y aquellas tardes en las que había que pensar tanto, las ideas de los demás eran como la pieza de un puzle que tú no lograbas colocar.
A inicios del trimestre no sabíamos nada sobre el teatro, pero Karaoke Elusia, una obra de teatro que fuimos a ver antes de Navidad nos sirvió de inspiración. Con ella aprendí que no sólo existe la típica estructura inicio-nudo-desenlace, podían haber flashbacks, comparecencias, diálogos y narraciones. De hecho, en Castellano también trabajábamos el teatro joven simultáneamente y creo que eso fue de una enorme ayuda. He aprendido lo difícil que es escribir una obra de teatro, y que llegas a cuestionarte todas tus ideas, pero que después de eso siempre llega la calma. De momento no hemos llegado a ese punto, pero ya estamos más cerca.